Para ser mínimamente feliz es absolutamente imprescindible que uno se acepte a sí mismo, que comprenda y acepte sus limitaciones, que no cargue su mochila con más lastre y complejos de los que la vida ya impone.
Ahora bien, para ser feliz de verdad hay que comprender el papel que los demás ocupan en nuestras vidas. Las relaciones interpersonales tienen un rol decisivo en nuestra personalidad, en nuestro proyecto de vida y en nuestra búsqueda de sentido. Desde esta perspectiva la aceptación del otro es fundamental. El otro debe ser tratado de manera humanizante, de manera positiva, de manera edificante. El otro nunca debe ser ninguneado, nunca debe ser tratado como un objeto, como un rival, como un don nadie. El otro es como es y yo debo aceptarlo tal y como es, si pretendo cambiarlo dejará de ser lo que es para subyugarse a mi voluntad, y esa relación de ninguna manera es auténtica.
La aceptación del otro es clave en mi propia aceptación personal. El otro, los otros, son parte de mí mismo. Yo soy lo que soy en la medida que trato a los demás como quiero que ellos me traten a mí. Si yo soy "yo y mis circunstancias" no es menos cierto que también soy "yo y los que me rodean".