Conocí los bagels en Londres, casi por casualidad, y quedé prendado. Tanto es así que al llegar a Barcelona después de aquél viaje busqué en internet un lugar para volver a degustarlos, mi decepción fue mayúscula al comprobar que el único sitio donde se vendían los había sustituido por pasta italiana. No pasa nada, NY es la cuna de los bagels y, por tanto, no me podía venir sin comer alguno de estos bocatas tan especiales.
En la guía mencionaba diversos sitios y un día, casi por casualidad, pasamos por uno de ellos. Lamentablemente no vendían el bocata hecho sino el pan, el bagel, para que cada uno lo completase a su gusto. Compramos seis bagels, dos de los cuales eran de cebolla, para cenar en el hotel. Durante el día llevé la bolsa cerrada dentro de mi mochila. A media tarde, visitando el museo de cera descubrí un extraño olor a gas que nos acompañaba durante toda la visita, lo más divertido fue descubrir que el olor lo llevaba yo dentro de la mochila, eran los bagels de cebolla. Ni que decir tiene que mi familia todavía se está riendo de mí y ésta será una de las anécdotas más recordadas del viaje. Por cierto, estaban buenísimos.