Hace algo más de un año escribía en este mismo blog una carta a María. Los que la leísteis recordaréis que se trataba de una carta triste, de despedida. Ésta que ahora comienza tiene un título parecido pero el tono es diametralmente opuesto pues quiere ser un texto lleno de alegría, orgullo y reconocimiento mútuo.
Meritxell, quedan unos pocos días para tu veintiún aniversario y hoy quiero dedicarte estos recuerdos en forma de palabras o, si lo prefieres, estas palabras llenas de memoria. Recuerdo perfectamente el día que naciste, ya entonces me sentí tremendamente unido a ti: tú eras mi primera sobrina, yo sería tu padrino... Han pasado los años, has crecido en estatura pero sobre todo en talla intelectual y humana. Hemos compartido momentos personales y familiares de todo tipo, género y condición. Nos hemos dicho palabras bonitas pero seguro que coincides en que son muchas más y más bonitas las que todavía no nos hemos dicho. Me maravilla ver lo mucho que nos parecemos: una capacidad de trabajo y de sacrificio sin límites, una autoexigencia brutal, las ganas de hacer del mundo un lugar más justo, la herencia tan personal de mi madre-tu abuela en tantos pequeños detalles...
Meritxell, muchas veces te miro y me veo a mí mismo. Nada me llenaría tanto de satisfacción como saber que soy tan importante para ti como tú lo eres para mí. Que estas palabras llenas de orgullo sirvan para desearte muchas felicidades en este día tan especial. Un beso, tu padrino.