Recién iniciada la cuaresma leo con curiosidad una noticia relacionada con el papa, al parecer Benedicto XVI ha dicho que el infierno existe físicamente y no está vacío. Mi sorpresa ha sido mayúscula. Desde mis tiempos de estudiante de teología siempre había pensado que el infierno era la negación absoluta del amor y del perdón divino, pero que se trataba de un lugar teológico, no físico, y que estaba por estrenar.
El profesor Gil decía que Dios es infinitamente bueno y, por tanto, nunca puede someter a nadie a un castigo eterno, por muchas atrocidades que haya podido cometer en vida, de manera que el averno está y estará siempre vacío. El papa anterior, Juan Pablo II, se refería al infierno no como un lugar sino como la situación de aquel que se aparta de Dios. Puestos a elegir, prefiero quedarme con estas dos ideas y cuestionar el argumento de Benedicto XVI.
La idea de un infierno físico y ocupado me asusta, porque ¿quién no ha pensado que alguno de sus pecados inconfesables no tienen perdón?. El infierno está íntimamente vinculado a la idea de pecado y ésta a la idea de perdón. La consideración de un Dios amor que perdona siempre es mucho más gratificante que la de un Dios juez que niega la salvación en el momento decisivo de la historia.
Dejando la teología a un lado, el verdadero infierno para muchos seres humanos está aquí y ahora, y se traduce en sufrimiento, dolor, lágrimas, injusticias, hambre, desigualdad, pobreza, etc. Pero si estoy en lo cierto, todos aquellos que han vivido un infierno aquí en la tierra tendrán su recompensa allí en el cielo. Bienaventurados sean.