Lali Cambra firma hoy en El País un sobrecogedor reportaje sobre Somalia, donde narra las circunstancias asociadas a la muerte por lapidación de Asha Ibrahim Dhuhulow.
Asha era una niña de 14 años. Nació en el campo de refugiados de Hagardeer, en el sur de Kenia, donde iba a la escuela. Su epilepsia llevó a su familia a enviarla con su abuela a Mogadiscio, la capital del país. La desgracia se cebó aún más con Asha cuando en su viaje quedó atrapada en Kismayo, al ser la ciudad conquistada por las milicias integristas. Allí sobrevivió un tiempo, hasta que un día tres hombres la secuestraron y violaron. Ella los denunció pero la familia de los infractores consiguió que retirara la denuncia con la promesa de dinero (que ella iba a emplear para llegar a su destino), y al mismo tiempo la denunciaban a ella por supuesta extorsión y adulterio. El tribunal islámico la condenó a morir lapidada.
De nada sirvieron su minoría de edad, su violación o su inocencia, porque ni siquiera tuvo derecho a defenderse de las infundadas acusaciones vertidas sobre ella. ¿Cómo es posible que esto siga pasando en el siglo XXI?, ¿cómo pueden existir personajes tan siniestros como los que que forman parte de dicho tribunal?, ¿cómo puede alguien atribuirse el poder de decidir sobre la vida y la muerte de un ser humano tan frágil como Asha?, ¿cómo puede alguien ampararse en la ley islámica para justificar la muerte a pedradas de una joven inocente?...
Asha, deseo que nunca nadie más tenga que sufrir otra injusticia tan terrible como la que tú has sufrido. Desde tu lugar en el cielo, ayúdanos a humanizar este mundo tan deshumanizado. Aunque no nos hayamos conocido tu recuerdo permanecerá siempre vivo en mi corazón. Hasta siempre Asha.