Leo con tristeza la muerte a pedradas y golpes de una persona que intentaba huir tras el intento fallido de cometer un atraco en un salón de juegos recreativos en Málaga. Se llamaba Miguel, tenía 37 años y era padre de dos niños, de ocho y tres años, respectivamente.
Miguel, obrero especialista, llevaba dos meses en paro, en un sector como el suyo es prácticamente imposible escapar a los efectos de la crisis. La desesperación por sacar adelante a su familia, pagar la hipoteca, los plazos del coche... le llevó a coger el camino equivocado, robar. Como Miguel no era un ladrón sino un trabajador, todo lo hizo mal, escogió mal el día, el lugar... y acabó huyendo para salvar su vida, pero unas cuantas personas decidieron que no había clemencia y acabaron con su vida a golpes, sin esperar que la policía y la justicia hicieran ver a Miguel lo equivocado de su decisión.
No justifico en absoluto a Miguel pero puedo entender que la desesperación nos lleva a cometer actos erróneos. En estos momentos duros para todos, pero especialmente para aquellos que se han quedado sin trabajo, es más necesaria que nunca la solidaridad colectiva. Pongámonos al lado de los que sufren y no los juzguemos, dejemos ese acto al juez supremo, Dios.