Empezaba el año escribiendo una carta a un hombre excepcional, mi suegro José Luis. Han pasado ocho meses desde entonces, tiempo en el que el maldito cáncer ha vuelto a cebarse en su cuerpo, que no en su mente, ahora ya de una manera definitiva.
José Luis ha sido y será un referente en mi vida. No he tenido el privilegio de disfrutarlo antes de la enfermedad y, sin embargo, he disfrutado de su inteligencia, su ironía, su aplomo, su pasión por la familia...
José Luis se va pero antes se despide como sólo alguien de su talante moral puede hacer, sentándose delante del ordenador y dando las gracias a todos los que han compartido una parte de su vida con él. Y una vez más, puestos a seguir tu estela, yo también me despido de ti dándote las gracias por haber estado siempre en tu sitio de padre, abuelo, suegro... Gracias por tus palabras, por tus silencios, por tu discreción, por tu complicidad, por tu empatía, gracias por todo.
En alguna ocasión hablamos de la religión, la fe, la iglesia. Tú no compartías mi opinión pero mostrabas un profundo respeto. Hoy, desde esa fe insondable que proporciona consuelo en los momentos más duros de la vida, le pido a Dios que te abra las puertas del cielo de par en par, para que vuelvas a ver a los tuyos y puedas disfrutar de la plenitud eterna de su Gloria. Por favor, desde allí cuida de todos nosotros como lo has hecho siempre.
Gracias José Luis. Hasta siempre.