Hoy leía un artículo breve que cada domingo publica en la Hoja dominical el jesuita Enric Puig y me hacía reflexionar. Puig se refería a la multitud de personas con las que cada día se cruza en el metro o por la calle y caía en la cuenta que detrás de sus rostros hay otras tantas vidas, llenas de alegrías y tristezas, éxitos y fracasos, encuentros y abandonos, etc.
Como Enric Puig, todos nos cruzamos a diario con un gran número de personas, de las cuales sólo una ínfima parte son conocidas, aunque sea con ellas con las que pasemos la mayor parte del día. Las demás figuras, rostros, identidades y vidas se muestran tan fugaces que muchas veces se convierten en objetos necesarios en el decorado de nuestra propia existencia, en una especie de atrezzo que le da forma y color a todo lo demás.
Cada una de esas personas esconde su propia historia vital, puede que se trate de seres felices, apasionados, inteligentes, ilusionados, creyentes, divertidos... o puede que sean todo lo contrario, aunque posiblemente nunca llegaré a descubrirlo. La vida es muy caprichosa y no podemos intuir los caprichos del azar, por eso es aconsejable tratar a todo el mundo con respeto y educación, no sea que esa persona con la que un día te cruzaste por casualidad en el metro o en cualquier otro lugar acabe siendo alguien importante en tu vida.