Estados Unidos, con su presidente Barack Obama como portador, ha comunicado la muerte de Bin Laden, el hombre más buscado y posiblemente también el más odiado del planeta. La operación ha sido ejecutada por un comando de élite del ejército americano y ha supuesto la muerte a tiros del terrorista, a pesar de estar desarmado.
Evidentemente no me gustaba Bin Laden ni sus proclamas llenas de odio, y el atentado del 11-S me pareció de una maldad y una depravación infinitas. Aún así, me han sorprendido, y mucho, las palabras de Obama, premio Nobel de la paz, calificando la muerte del terrorista como un acto de justicia. En contraposición, hoy veía en la tele a una señora que llevaba flores a la Zona cero de NY, el lugar donde murió su hermano el fatídico día, y decía que se sentía más relajada pero que en ningún caso se podía alegrar con la muerte de un ser humano.
No soy nadie para juzgar a nadie, pero personalmente siento que Obama me ha decepcionado. Hubiera sido más humano capturar a Bin Laden y juzgarlo, incluso el ser más despreciable tiene derecho a un juicio justo. Cuando uno se toma la justicia por su mano nunca se sabe dónde acaba la justicia y dónde empieza la venganza.