
"San Romero de América, obispo y mártir", ésta es la expresión que más pude ver escrita cuando hace años estuve en El Salvador. Sin duda, Romero supo bajar de su torre de marfil para ponerse a la altura del pueblo salvadoreño y convertirse en una voz profética y de denuncia social. Sus homilias pusieron muy nerviosos a los miembros de la Junta militar salvadoreña, hasta el punto de ordenar su asesinato. Pero como no podía ser de otra manera, sus asesinos y los que les enviaron gozaron de una impunidad absoluta.
Hoy, el gobierno de izquierdas de El Salvador asume su responsabilidad en la muerte del prelado y pide perdón públicamente. Quizás esta acción llega muy tarde, pero no por eso deja de ser una cuestión de justicia y dignidad.