Leo en El País de hoy que El Salvador se hace responsable del crimen del arzobispo Romero. Monseñor Romero fue asesinado en 1980 (mientras oficiaba la misa diaria) por agentes del Estado que formaban parte de los llamados "escuadrones de la muerte".
"San Romero de América, obispo y mártir", ésta es la expresión que más pude ver escrita cuando hace años estuve en El Salvador. Sin duda, Romero supo bajar de su torre de marfil para ponerse a la altura del pueblo salvadoreño y convertirse en una voz profética y de denuncia social. Sus homilias pusieron muy nerviosos a los miembros de la Junta militar salvadoreña, hasta el punto de ordenar su asesinato. Pero como no podía ser de otra manera, sus asesinos y los que les enviaron gozaron de una impunidad absoluta.
Hoy, el gobierno de izquierdas de El Salvador asume su responsabilidad en la muerte del prelado y pide perdón públicamente. Quizás esta acción llega muy tarde, pero no por eso deja de ser una cuestión de justicia y dignidad.