(Adaptación libre de la homilía que he escuchado hoy en la parroquia)
En España para obtener el carnet de conducir debes pasar dos exámenes: el teórico y el práctico. Por mucha teoría que hayas leído y asimilado, si no demuestras dominio del vehículo y de la conducción no tendrás el carnet. De forma parecida, si tienes destreza al volante pero demuestras desconocer el código de circulación también te quedarás sin el preciado carnet.
Esta metáfora del carnet de conducir sirve para ilustrar lo que debe ser un buen cristiano: la fe y las obras deben ir de la mano. No es suficiente con creer o tener fe, hay que ser buena persona y no quedarse en las apariencias. Por otra parte, las obras sin fe pueden acabar convirtiéndose en una especie de activismo vital intrascendente.
No cabe duda que el examinador es Dios y conviene prepararse bien los dos exámenes pues la salvación nos llegará por la fe y las obras. Es posible que si tuviéramos el resultado en estos momentos muchos de nosotros no superaríamos el corte (miembros de la jerarquía incluidos), de manera que a ver si todos nos ponemos las pilas, nos esforzamos un poco y hacemos del amor nuestra bandera, ésa será la mejor manera de aprobar el juicio definitivo. Que así sea.