Este fin de semana la Iglesia ha celebrado el día del seminario, normalmente es el día de san José pero al caer en Semana Santa este año se ha adelantado. Una realidad evidente en nuestro país es cada día hay menos seminarios y menos seminaristas, ciertamente las vocaciones sacerdotales y religiosas están en declive en nuestra sociedad.
Animar la vocación religiosa de nuestros jóvenes y adultos es tarea de todos los que nos consideramos creyentes, no solo de aquellos que ocupan cargos dentro de la jerarquía. En cualquier caso no resulta una tarea fácil. La religión sigue siendo importante para muchos millones de personas pero cada día hay más ateos y descreídos. La radicalidad del mensaje cristiano entra en conflicto con la comodidad y el apoltronamiento de muchas personas, cristianos incluidos.
La religión es la relación del ser humano con Dios. Afirmar la existencia de Dios es un acto de fe. La fe es un salto al vacío en la confianza absoluta de que el paracaidas se abrirá al tirar de la anilla. Nuestras comunidades necesitan personas que animen su fe, que les orienten en el seguimiento del evangelio, por eso son tan necesarias las vocaciones.
El sacerdocio o la vida religiosa no es un trabajo, es una forma de vida basada en los valores cristianos, entre los que destacan el servicio, la renuncia y el testimonio. Durante años me planteé si tenía vocación de jesuita, al final llegué a la conclusión que tenía vocación de servir a Dios desde donde fuera, una escuela, una ONG, una familia... y ahí sigo, intentado no perder mi vocación.