Estos días he atravesado un pequeño bache emocional, agobiado por la sensación de que mis proyectos personales "hacían aguas". El abandono de Akwaba, ONG a la que he dedicado muchas horas a lo largo de los últimos quince años, y el aborto con la consiguiente imposibilidad de asumir una paternidad responsable y muy deseada, han acentuado ese sentimiento de pesimismo vital.
En muchas ocasiones he dicho que la grandeza del ser humano se mide por su capacidad para levantarse en las caídas y seguir adelante. Seguro que es más fácil decírselo a otros que aplicarse el cuento uno mismo, pero no queda otra: hay que afrontar los avatares de la vida tal como vienen y mirar siempre hacia delante. Mirar hacia atrás no ayuda a cerrar las heridas.
En esa mirada hacia delante intuyo lo que quiero sea parte de mi futuro: nuevas responsabilidades profesionales, una nueva asociación donde darme a los demás, más deporte, más tiempo con los amigos, más formación teológica o de historia de la ciencia... Todo esto necesita de la complicidad y el apoyo de mi familia, como éste ya lo tengo los augurios son buenos y, por tanto, el pesimismo debe revertir en un optimismo comedido y una buena dosis de ilusión. Que así sea.