Hace exactamente una semana, en la madrugada del miércoles 12 de marzo nos dejaba para entrar en la casa del Padre, Cassià Maria Just, monje y ex abad de la basílica de Montserrat.
No tuve nunca la oportunidad de conocerle personalmente, sólo sabía de él a través de los medios de comunicación. Conocía su categoría humana por algunas entrevistas de la tele en las que me había dejado muy impresionado. También sabía de su talente conciliador y su defensa de las libertades individuales y colectivas en momentos históricos difíciles.
Cuando le oía hablar conseguía conquistar toda mi atención. Oir a alguien de su grandeza humana y espiritual reclamar a la Iglesia una mayor atención para los cristianos que no se siente suficientemente acogidos y para todos aquellos que, peor aún, se sienten excluidos, es algo digno de todo elogio.
Su voz cálida era la voz de una persona llena de fe, llena de amor, llena de perdón. Cassià Maria Just era una de esas voces proféticas de la Iglesia. Su muerte nos deja un poco más huérfanos pero su testimonio será imborrable. Que en paz descanse.