En La Vanguardia del domingo 23 de agosto leo una noticia referida a Afganistán que no puedo menos que comentar. Se acaban de celebrar las elecciones generales, con dos posibles candidatos a presidir el país, el actual presidente Hamid Karzai y Abdulá Abdulá, antiguo ministro de exteriores. Todavía no se sabe quién ha ganado unas elecciones con una elevada abstención, plagada de irregularidades y de coaaciones, si bien los dos se han atribuido la victoria.
Más allá de estos dos personajes, lo más terrible es comprobar que los talibanes siguen imponiendo la ley del miedo por encima de la pretendida y ansiada democracia, que no acaba de llegar. La última noticia es escalofriante: estos integristas islámicos habían amenzado con cortar el dedo a todos aquellos que fuesen a votar. Cuando un ciudadano afgano ejerce su derecho en unos comicios se identifica mediante su huella dactilar, razón por la cual ésta queda tintada durante unos días. Pues bien, en el texto periodístico se decía tener constancia de que al menos dos personas habían recibido amputaciones en el dedo "delator" por parte de los talibanes de su región.
Alucinante, estos enorgúmenos son capaces de cortar dedos sólo para seguir intimidando y marcando su ritmo en esta tierra sin ley. ¿Cómo es posible que esto siga sucediendo en el siglo XXI?. Sin duda, los afganos siguen sin poder levantar cabeza. A pesar de sufrir cruentas guerras, exilios involuntarios, imposiciones religiosas... al parecer los afganos aún no han hecho méritos suficientes para vivir en paz y con la dignidad que todo ser humano merece. Os aseguro que los afganos que conocí en Khewa Camp hace algunos años habían hecho méritos de sobra y estoy convencido que su país se merece una oportunidad, pero para ello los talibanes (y algunos otros) deberían desaparecer definitivamente de la faz de la tierra. ¿Misión imposible?.