A una hora de México D.F. se encuentra Teotihuacán. Ya de entrada debo decir que he visto muchas ruinas históricas y zonas arqueológicas a lo largo y ancho del mundo pero confieso que ninguna me ha impresionado tanto como esta ciudad prehispánica, patrimonio de la humanidad por la Unesco desde 1987.
Teotihuacán significa en náhuatl “ciudad de dioses”, y fue uno de los centros más poblados de Mesoamérica, una enorme metrópoli del siglo V a.C. Esta ciudad prehispánica llegó a tener una superficie de 21 kilómetros cuadrados, y en su apogeo unos 200.000 habitantes la recorrían a diario en su frenesí comercial. Misteriosamente, siglos más tarde (alrededor del año 600 d.C.) sus habitantes huyeron y quedó totalmente abandonada.
La arteria principal de Teotihuacán es la calzada de los Muertos, nombre que con poco acierto le pusieron los aztecas al creer que las pirámides colindantes eran tumbas. Esta avenida de dos kilómetros nace enfrente de la Pirámide de la Luna y muere en lo que los cristianos nombraron en el siglo XVI La Ciudadela. En ambos extremos podemos encontrar también los templos de Quetzalcóatl y Quetzalpapalotl. Pero el misterio de Teotihuacán ata sus raíces a la Pirámide de la Luna, la compañera pequeña de la Pirámide del Sol, donde recientemente se han descubierto pruebas de sacrificios humanos y rituales ceremoniales.
La impresionante panorámica desde lo alto de la Pirámide del Sol, a la que subimos escalón a escalón, merece por sí sola un viaje a este rincón del mundo. Así pues, no es extrañar que esta ciudad fuera considerada digna de ser habitada por los mismos dioses, realmente así te sientes cuando estás en Teotihuacán.