
En la guía mencionaba diversos sitios y un día, casi por casualidad, pasamos por uno de ellos. Lamentablemente no vendían el bocata hecho sino el pan, el bagel, para que cada uno lo completase a su gusto. Compramos seis bagels, dos de los cuales eran de cebolla, para cenar en el hotel. Durante el día llevé la bolsa cerrada dentro de mi mochila. A media tarde, visitando el museo de cera descubrí un extraño olor a gas que nos acompañaba durante toda la visita, lo más divertido fue descubrir que el olor lo llevaba yo dentro de la mochila, eran los bagels de cebolla. Ni que decir tiene que mi familia todavía se está riendo de mí y ésta será una de las anécdotas más recordadas del viaje. Por cierto, estaban buenísimos.