lunes, 12 de agosto de 2013

Vannes, una ciudad genuina

La ciudad romana de Darioritum se convirtió en Vannes (en bretón, Gwened: la blanca) con la llegada de los celtas. Con el golfo de Morbihan como telón de fondo y protegida por sus murallas, la ciudad vivió largos periodos de prosperidad gracias al comercio portuario, al poder religioso y al poder político. Todo ello queda plasmado en las casas medievales de entramado de madera y palacetes.

La plaza Gambetta, situada frente al puerto y orientada al Sur, tiene aires de localidad costera. Al cruzar el pórtico, aparece una calle bordeada de edificios del siglo XVII. Alrededor de la plaza des Lices, donde se desarrollaban los torneos en la Edad Media, los palacetes se codean con casas medievales de entramado de madera. Las fachadas se iluminan de colores que marcan un ritmo alegre al alineamiento de los edificios. Más allá de la catedral y de la Cohue, la calle Saint-Gwénaël ofrece un florilegio de celosías y voladizos que se declinan hasta la Puerta Prison: el acceso al pintoresco barrio de Saint-Patern. Desde la Puerta Prison se accede al paseo de la Garenne, que bordea las murallas del siglo XIII. Torres y puertas se suceden en armonía por encima del nivel de los jardines de estilo francés. Anexos a las fortificaciones, los lavaderos cubiertos de pizarra asoman al río Marle. Genuina, Vannes es una ciudad genuina y bonita, muy bonita.