Todo ser humano diseña su propio proyecto de vida, luego las circunstancias, el azar, las oportunidades, la suerte o la desgracia, la perseverancia o el abandono, entre otros, condicionarán las posibilidades de ese proyecto de hacerse realidad. En cualquier caso, todos estamos llenos de incertidumbres, expectativas y sueños que esperamos se cumplan en un futuro que casi siempre se muestra incierto ante nosotros.
Todas nuestras expectativas personales e individuales se enmarcan generalmente en unas expectativas mucho más amplias, colectivas, que pueden ser sociales, políticas, religiosas, deportivas, culturales, etc. La posibilidad de ser padre en los próximos meses y de asumir nuevas responsabilidades profesionales son algunas de mis expectativas a nivel personal, saber qué partido gobernará después de las elecciones generales del 9 de marzo y qué pasará con la ley de educación son situaciones que crean distintas expectativas colectivas.
En ocasiones algunas expectativas se ven frustradas mientras que otras logran realizarse. Es entonces cuando experimentamos una gran sensación de fracaso o éxito, respectivamente. Sea como fuere, hay que aprender a relativizar y a poner todas las cosas en su sitio y en su justa medida. Cuando aprendemos de los fracasos sin hundirnos, o cuando compartimos los éxitos sin magnificarlos, es cuando nos dotamos de una fortaleza de espíritu y ánimo que nos ayuda a afrontar mejor las diversas situaciones de la vida, tomen el matiz que tomen. ¡Que no nos falten nunca expectativas!