He empezado a leer el último libro de Francesc Torralba titulado "El sentido de la vida". Confieso que la atracción fue más por el título que por el autor, si bien es cierto que hace unos años disfruté mucho con sus lecciones de ética en el Instituto superior de ciencias religiosas de Barcelona. El sentido de la vida es también el centro de interés de mis clases de Religión en primero de bachillerato.
Torralba tiene la virtud de ser muy académico y eso supera con creces su escasa originalidad en los argumentos. De lo que llevo hasta ahora el punto que más me ha hecho reflexionar se refiere al hecho de plantearse qué hacer si supieras que hoy es el último día de tu vida. Perplejidad, continuidad y liberación son las tres opciones que se apuntan. La perplejidad equivale a no reaccionar, la continuidad supone hacer lo mismo de siempre -eres feliz haciéndolo-, así que de entrada me decanto por la tercera, es decir, por la liberación.
Sin duda juntaría a mis seres queridos y les pediría perdón, les daría las gracias y les recordaría lo mucho que les amo y les seguiré amando. Me gustaría también despedirme de mis amigos, y de mis alumnos, sentarme en un banco de un parque y ver jugar a Carles y Laura, contemplar las olas del mar al atardecer junto a Olga, ir a la iglesia y rezar... Realmente no es necesario llegar a una situación límite para hacer todo esto, lo podría hacer igual cualquier otro día pero la rutina y la inercia de la vida me lo impide.
Si pudiera vivir como si cada día fuera el último con seguridad daría prioridad a las personas que me rodean, relativizaría los problemas del trabajo, disfrutaría más de las cosas sencillas. Quizás aún no es demasiado tarde para darle un nuevo sentido a mi vida, para eso tengo que arriesgar y yo nunca he sido un cobarde, ¿a qué estoy esperando?.