La Iglesia celebra hoy la Jornada mundial de las migraciones y, por puro azar, ayer leía el último cuadernillo de Cristianisme i Justicia titulado "Vidas errantes", escrito por Jaume Flaquer y que, como se dice en el epílogo, pretende ser un esbozo de la teología de la migración.
El cuadernillo tiene la virtud de ser de lectura fácil y la teología que subyace es francamente asequible para cualquiera. Básicamente se intenta demostrar cómo cada religión fundamenta la necesaria acogida del inmigrante, al tiempo que se plantea el modelo de vida itinerante que propugna cada una. Efectivamente, las tres grandes religiones (judaismo, cristianismo e islam) son esencialmente anti-racistas y acogedoras, pues se entiende que acoger al inmigrante es acoger al hermano, al propio Dios.
En la actualidad, detrás de muchas de estas vidas itinerantes hay historias de amor, dolor, necesidad, exilio, añoranza, esclavitud, miedo... Cada día hay cientos de personas que ponen en juego su vida cruzando una frontera, sin papeles, renunciando muchas veces a su pasado y con más dudas aún sobre su futuro. Algunos salen adelante, otros no.
Yo vivo en un barrio donde la inmigración supone actualmente el 35% de la población. Es un barrio de gente obrera y de clase media, que en su día ya acogió la oleada migratoria de los años 20 y también la de los años 50. Ahora, medio siglo después, vuelve a acoger a muchas personas llegadas de otros países, con otra cultura, idioma, religión, forma de vida, etc. No está siendo una acogida fácil porque se ha hecho muy deprisa y está suponiendo una sustitución de la población autóctona por la recién llegada. Han fallado los mecanismos de previsión y ahora corremos el riesgo de una cierta "ghetización", especialmente en los centros educativos y en los espacios públicos. Se imponen medidas de civismo y de convivencia, incluso de mediación. La integración del recién llegado es necesaria, pero por sí sola no es suficiente.
Flaquer dice que "en la migración hay dos movimientos: uno que lleva a ser esclavo en una tierra extranjera y otro que lleva a la liberación". Mi familia, oriunda de Extremadura, migró a Cataluña en los años 70 y para nosotros ha sido la tierra prometida, me gustaría creer que también lo será para muchos de los que llegan.