Como cada año, y ya van más de cincuenta, del 18 al 25 de enero la Iglesia celebra la Semana de oración por la unidad de los cristianos. Tras el Cisma de Oriente y la Reforma de Lutero los cristianos estamos divididos en tres grandes ramas, los católicos, los ortodoxos y los protestantes, pero coexisten muchas otras iglesias: luteranos, adventistas, calvinistas, etc. Todos estamos unidos por la fe en Jesucristo pero nos separan cuestiones relativas a la autoridad del Papa, al valor de los sacramentos, etc.
En las últimas décadas el ecumenismo ha vivido momentos de verdadero encuentro y avance, pero las porturas están muy enquistadas y será difícil conseguir que todos renunciemos a algo para lograr vencer la división actual. Resulta triste comprobar cómo la única Iglesia, promovida por Jesucristo y fundada por el Espíritu Santo en Pentecostés hace dos mil años está más dividida que nunca.
En cualquier caso, iniciativas como esta semana de oración y otras parecidas de índole ecuménico, nos acercan a nuestros hermanos en la fe (el término hermanos separados tiene una clara connotación histórica pero no me parece pertinente), nos ayudan a valorar las cosas que nos unen por encima de las que nos separan y, por tanto, suponen un paso adelante en el intento de recuperar la unidad perdida en el cristianismo y en la Iglesia.