A pesar de los tiempos que corren, de extremos que van desde un laicismo beligerante de izquierda radical a un integrismo creyente ultraderechista, me siento orgulloso de ser creyente, y más concretamente cristiano y católico. La espiritualidad forma parte del ser humano y le ayuda a encontrar un sentido a su vida, más allá de lo estrictamente tangible y material, al menos eso creo y esta creencia me aporta no pocas dosis de esperanza y felicidad.
Desde esta perspectiva me siento parte de una comunidad de hombres y mujeres que apuestan por la fe como motor de su vida, la Iglesia. Creo en una Iglesia abierta, acogedora, cálida, esperanzada, optimista, solidaria, reivindicativa, democrática... Creo en una iglesia no aferrada al poder, una iglesia de hombres y mujeres, una iglesia comunidad, una iglesia al lado de los pobres... Creo, además que la Iglesia debe ser capaz de hacer aquello que con tanto acierto propuso el concilio Vaticano II, es decir, leer los signos de los tiempos.
Con semejantes planteamientos cualquiera entenderá que me cueste mucho identificarme con determinados sectores de la iglesia y con algunos jerarcas. Afortunadamente, la Iglesia es poliédrica, es decir, tiene muchas caras, por eso me gusta reflejarme en personas como Víctor, Carlos, Manu, Joserra... misioneros que han hecho del servicio a los pobres su vida, y millones de cristianos de base, creyentes anónimos, que no salen en los medios, pero gracias a los cuales el mundo es un poco mejor y más justo cada día. Gracias Señor por todos ellos, y a los otros, ¡perdónales porque no saben lo que hacen!.